de lo que será pasar un día en una granja en la isla, buscaré los lugares mágicos y además me atreveré a descubrir mi mismo en unos días de soledad para aprender a dejarme ir, cada vez un poco mas o un poco meno, a ver que pasa, casi listos para despegar, otra y otra vez…
Thomas el dueño de la finca, su mujer escondida y poco sociable, Maurizio y Giulia encantado conocer italianos buenos, Simon pero pa mi Martin o lo que sea, hombre que con sus silencios me ha enseñado el equilibrio en la soledad.
Pues camino y pies cansados y coche hacia Hoya del Morcillo, donde quiero acampar por las siguientes noches, en el mentre me paro pa admirar el encanto que me ofrece El Hierro con sus miradores y sus silencios.
Me paro en Jinama, encuentro Maurizio, nos despedimos pronto y sigo hacia Hoya del Morcillo donde coloco mi tienda y voy a hablar con el guardia y pagar los 8€ y pico y me había podido quedar sin que se enterase, pero bien así.
El camino me lleva hacia La Restinga pasando por el pueblo del Pinar y con una parada de incanto en la cala del Tacorón, donde encuentro otra vez las memorias de Lanzarote y me pierdo a mirar esto infierno de lava y magma que se ha vuelto a paraíso con barbacoas al mar y escaleras que bajan en el agua fría.
La Restinga es mas acogedora y me baño en la playa del pequeño puerto donde niños juegan y no puedo renunciar. Caña y camarones fríos con sal parecen cerrar el día, pero de vuelta intento ir al mirador de El Julán y la noche me coge en falta, con una luna amarillenta entre montañas que casi me asusta como vuelto una de las infinitas curvas y me da la gana de empezar mi toma de fotos lunares y estrellares para que se acabe un día de tiempos antiguos y olvidados.
De noche en la tienda hace frío y me despierto mil y una veces, pero la ducha de la mañana me dona vida por enfrentar enérgico otro día.
Esta vez cojo de primera la ruta hacia el mirador de El Julán, y la vista es todo un barranco de escarpaduras. Sigo por el Faro de Orchilla donde me sorprende descubrir que hay locos que recorren esta carretera de tierra peligrosa traendo caravanas para quedarse en un lugar de incanto justo a lado del faro, donde se encuentra el embarcadero y un perrito de 3 meses juega mordiéndome zapatos y pantalones. Me paro un rato, el tiempo de un porrito esperando unas caravanas que vi adelantarse y listo pa subir otra vez hacia el Verodal y la carrettera con vista a Marte, lava y solo lava contemplo en los miradores y las muchas paradas para tomar fotos.
Paso Lomo Negro y un poco hambriento elijo de comer mi almuerzo de este domingo de Semana Santa en Pozo de la Salud, donde la lagunense me ofrece el pescado del día en salsa echa por un asturiano, riquísima y le gustó a los gatos también que seguían esperando que acabara para que le diese mis sobras.
Satisfecho, me pongo en marcha para visitar lugares recubiertos por la marea alta. Charco Azul y Charco de los Sargos me cansan y aumenta el calor, así que me paro en La Maceta donde encuentro la webcam y me baño en la piscina natural por ducharme y comer unas frutas, y el hombre desagradable no quiere ofrecerme el café.
Tomo fotos de los Roques de Salmor por todos lados (tomo también fotos a unas plataneras). Paso por el túnel y estoy al otro lado en dirección Mirador de la Peña, pequeño dono de Manrique y con una vista al golfo que es un encanto, entre aves y parapentes.
La idea es de reunirnos con Maurizio y Giulia, así que tengo el tiempo por una última parada y elijo ir al Pozo de Las Calcosas, otra maravilla escondida de pueblo olvidado y casi abandonado del todo, de casa de madera y piedra tan cerca del mar que se confunden con el entorno. Pasear, solo, por ese cementerio me ha gustado al punto que me fijo a pensar en mudarme aquí.
Por fin recojo los dos italianos en mi primer hogar y conduzco hacia el Golfo donde nos queda tiempo pa mirar un atardecer de maravilla tomando fotos y discurriendo hasta ir a comer juntos escuchando Maurizio al que le gusta hablar per no hace falta, compañía, sonrisas, vinito y ya está.
Nos despedimos y me encuentro cansado que necesito estar concentrado pa no dormir, y otra vez la luna me coge y me hace parar para que tomara mi mejor foto de siempre, aprendiendo la noche.
Vuelvo a la acampada donde el viento frío me parece aconsejar quedarme a dormir en el coche, y bueno diría mejor porqué empieza a llover. Duermo poco y mal pero logro llegar al amanecer, consciente de que necesite las últimas energías por El Sabinar, otra vez conduciendo por una carretera ahora familiar, y descubriendo otro lugar mágico, donde arboles torcidos entre tiniebla parecen un sueño, y solo todo el tiempo me pierdo paseando entre ellos.
Última toma de foto al santuario y tengo que volver, dejar el coche al aeropuerto (23€ de gasolina), ese pequeño aeropuerto en miniatura, y despegamos.